Trabajo hace varios años en una ONG que lleva adelante proyectos productivos en la zona rural de la provincia de Santiago del Estero. En uno de mis viajes mensuales, me llamó la atención un viejo libro. Estaba abierto, mostrando una de sus páginas ilustradas. Era una imagen mal impresa, a tal punto que se hacía difícil entender de qué se trataba. Su título, Flora santiagueña (de Vicente Paz, 1941 −2ª ed.−). Esa imagen imperfecta fue lo que más me atrajo. ¿Paisaje? ¿Planta? ¿Abstracción? Ese libro volvió en mi mochila y llegó a mi taller a esperar ser utilizado. Estaban, en algún punto, emparentadas con mis dibujos. Su textura, lo indefinido de la imagen. Abstracta y naturalistas a la vez. Su título, mi interés y atracción por la botánica y el reino vegetal, mi trabajo en la zona. Todo estaba relacionado. Tiempo después, mientras dibujada, sin un propósito muy claro, cayó la ficha. Debía calcar esas impresiones. Era el punto de partida, pero esta vez no trabajaría guiada por las siluetas y los contornos como venía haciendo, esta vez tenía la información de todo lo que pasaba y se formaba adentro. La textura se formaría siguiendo estas imágenes. El resultado fue más compacto y comprimido que nunca. Un universo de 7 x 10 cm que a su vez pedía expandirse y explotar para todos lados. La fotocopié y la amplié a más del 600%. Esos grafismos aparentemente minuciosos y “controlados” se transformaban (en realidad siempre lo fueron) en gestos imperfectos, veloces, rítmicos y “expresivos”. Quedaban en evidencia. La ampliación mandaba al frente mi modo de trabajo y mi gesto. Era un nuevo punto de partida. Nuevamente seguir la imagen, esta nueva imagen. Ahora en tinta china y con pincel. Seguía siendo mi modo de abordar el papel. Solo que ahora en otra escala. Una escala extrema que parecía ajena, pero no lo era. La mecánica era la misma, la persona también. Luego de varios trabajos comencé a reflexionar sobre las escalas de los dibujos y el espacio. Estos árboles nativos, el espacio que ocupan, el que deberían ocupar o recuperar. ¨...solo por un exceso escolástico se puede hablar de industria forestal. Se trata simplemente y a lo sumo, de una pseudo industria; carece de permanencia; se establece, cumple su objetivo local, se levanta y desaparece sin dejar rastro en sentido positivo, abriendo una profunda huella en sentido negativo, todo ello en un ciclo fulminante, no se ajusta a ninguna condición técnico-científica; a título de extractiva es directamente destructora, por mucho que pueda enriquecer individualmente a algunos y dar buenos impuestos al fisco, no genera riqueza en el lugar, no deja riqueza: deja desierto, botánico y zoológico; deja desolación; provoca desequilibrio atmosférico, irregularidad climática, sequía, erosión, muerte¨. (Bernardo Canal Feijóo ¨La estructura mediterránea argentina¨)